sábado, 9 de septiembre de 2017

Camino Verde




Por Thalia Hernández Rivera

Sábado por la mañana y el profesor del taller de periodismo me golpea con una interrogante. ¿Qué onda con Camino Verde? Después, con una encomienda. ¡Vayan a preguntar! En mi cuerpo recorre la ansiedad que tanto me gusta al saber que conoceré  algo nuevo.
Avanzo por la calle esperando encontrar lo que busco, a pesar de no tenerlo muy claro. Decido comenzar por platicar con alguien mayor, por el estereotipo de la acumulación de saberes por experiencia a través de los años.
Tendrá unos ochenta años, usa sombrero y tiene algo peculiar que me llama la atención. Comienzo preguntando por el tiempo que lleva viviendo en la colonia, me cuenta que 18 años y que es de Veracruz. En el tiempo que lleva aquí solo ha visitado su lugar natal una vez hace algunos años. Me platica que actualmente está muy peligroso y nada que ver cuando era pequeño. Me dice, y yo quiero decirle que es cierto, que lo en las noticias pero callo y sigo escuchando. Me dice que le gusta el lugar a su zona, es muy tranquila, y en su tiempo libre sale a caminar a las canchas. Pero me dice que lo que realmente le gustaría es un proyecto que ha tenido en mente desde hace años, lo ha planteado a conocidos y han estado de acuerdo, lo ha vislumbrado en una casa abandonada que se sitúa cerca de su casa, el lugar perfecto, dice mientras hace gestos de entusiasmo. Le doy las gracias y parto con la imagen de personas conviviendo, corriendo, viviendo ese ambiente.
Camino y me topo con unas chicas de más o menos 10 a 12 años, esperando el servicio de un peluquero, les pregunto sobre la colonia, tratando de obtener una imagen fresca y joven, me cuentan que para ellos es un ambiente muy peligroso. A ellos les gusta ir a lugar a las canchas, que curioso, un lugar que frecuenta el señor que entrevisté antes. Le doy las gracias y sigo mi camino, lamentando, aunque al mismo tiempo agradeciendo, que a tan corta edad se den cuenta de la negatividad del tipo de violencia que se ejerce en este lugar.
Camino sintiendo que el calor y el lugar me hacen sentir acogida y me trae recuerdos de niña, cuando recorría esta calle de la mano de mi padre y me compraba una gelatina con rompope. Decido cambiar el rumbo de regresar para escuchar otra historia. Avanzo y me detengo en una taquería, me presento y comienzo preguntando cuánto tiempo llevan viviendo o conociendo el lugar. Siempre sobre el tiempo, hilando el tiempo como experiencia y conocimiento. Son dos personas las que atienden, un señor que por el acento reconozco que no es de aquí y una señora de unos 50 años, muy amable. Toma la palabra el señor para quejarse de Tijuana, diciendo que es fea, que lleva dos semanas aquí y al parecer espera con ansias el momento de volver a su lugar de residencia, Durango. Con un OK cierro el diálogo con él y me dijo la señora para preguntar por su establecimiento. Tengo 10 años aquí, me dice, lo cual me da la pauta para preguntar sobre la violencia en la zona, me dice que no es grave, sólo una anécdota tiene en cuanto a delincuencia se trata.  En una ocasión en que se encontraba trabajado, uno de sus clientes fue interceptado por un hombre con un arma de fuego, tres balazos se escucharon a unos metros del lugar, pienso en la reacción y sensaciones que debió haber sentido en el momento. Sigo preguntando ahora cerca de alguna propuesta que le parezca pertinente para el mejoramiento del lugar y me dice que una Oxxo. Debo decir que la respuesta me sorprendió por lo que procedí con la pregunta de por qué y entonces comprendí que la raíz de la propuesta es combatir el principal miedo, la violencia. Un Oxxo porque de esa forma habrá policía rondando, me dijo, y la idea es buena. Un establecimiento como ese podría traer por lo menos algo de seguridad a la zona. Entonces decido dar la vuelta y volver para vaciar la información.

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