Por Thalia Hernández
Rivera
Sábado por la mañana y el profesor del taller de periodismo
me golpea con una interrogante. ¿Qué onda con Camino Verde? Después, con una
encomienda. ¡Vayan a preguntar! En mi cuerpo recorre la ansiedad que tanto me
gusta al saber que conoceré algo nuevo.
Avanzo por la calle esperando encontrar lo que busco, a pesar
de no tenerlo muy claro. Decido comenzar por platicar con alguien mayor, por el
estereotipo de la acumulación de saberes por experiencia a través de los años.
Tendrá unos ochenta años, usa sombrero y tiene algo peculiar
que me llama la atención. Comienzo preguntando por el tiempo que lleva viviendo
en la colonia, me cuenta que 18 años y que es de Veracruz. En el tiempo que
lleva aquí solo ha visitado su lugar natal una vez hace algunos años. Me
platica que actualmente está muy peligroso y nada que ver cuando era pequeño.
Me dice, y yo quiero decirle que es cierto, que lo en las noticias pero callo y
sigo escuchando. Me dice que le gusta el lugar a su zona, es muy tranquila, y
en su tiempo libre sale a caminar a las canchas. Pero me dice que lo que
realmente le gustaría es un proyecto que ha tenido en mente desde hace años, lo
ha planteado a conocidos y han estado de acuerdo, lo ha vislumbrado en una casa
abandonada que se sitúa cerca de su casa, el lugar perfecto, dice mientras hace
gestos de entusiasmo. Le doy las gracias y parto con la imagen de personas
conviviendo, corriendo, viviendo ese ambiente.
Camino y me topo con unas chicas de más o menos 10 a 12 años,
esperando el servicio de un peluquero, les pregunto sobre la colonia, tratando
de obtener una imagen fresca y joven, me cuentan que para ellos es un ambiente
muy peligroso. A ellos les gusta ir a lugar a las canchas, que curioso, un
lugar que frecuenta el señor que entrevisté antes. Le doy las gracias y sigo mi
camino, lamentando, aunque al mismo tiempo agradeciendo, que a tan corta edad se
den cuenta de la negatividad del tipo de violencia que se ejerce en este lugar.
Camino
sintiendo que el calor y el lugar me hacen sentir acogida y me trae recuerdos
de niña, cuando recorría esta calle de la mano de mi padre y me compraba una
gelatina con rompope. Decido cambiar el rumbo de regresar para escuchar otra
historia. Avanzo y me detengo en una taquería, me presento y comienzo
preguntando cuánto tiempo llevan viviendo o conociendo el lugar. Siempre sobre
el tiempo, hilando el tiempo como experiencia y conocimiento. Son dos personas
las que atienden, un señor que por el acento reconozco que no es de aquí y una
señora de unos 50 años, muy amable. Toma la palabra el señor para quejarse de
Tijuana, diciendo que es fea, que lleva dos semanas aquí y al parecer espera
con ansias el momento de volver a su lugar de residencia, Durango. Con un OK
cierro el diálogo con él y me dijo la señora para preguntar por su establecimiento.
Tengo 10 años aquí, me dice, lo cual me da la pauta para preguntar sobre la
violencia en la zona, me dice que no es grave, sólo una anécdota tiene en
cuanto a delincuencia se trata. En una ocasión en que se encontraba
trabajado, uno de sus clientes fue interceptado por un hombre con un arma de
fuego, tres balazos se escucharon a unos metros del lugar, pienso en la
reacción y sensaciones que debió haber sentido en el momento. Sigo preguntando
ahora cerca de alguna propuesta que le parezca pertinente para el mejoramiento
del lugar y me dice que una Oxxo. Debo decir que la respuesta me sorprendió por
lo que procedí con la pregunta de por qué y entonces comprendí que la raíz de
la propuesta es combatir el principal miedo, la violencia. Un Oxxo porque de esa
forma habrá policía rondando, me dijo, y la idea es buena. Un establecimiento
como ese podría traer por lo menos algo de seguridad a la zona. Entonces decido
dar la vuelta y volver para vaciar la información.
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